04 agosto 2008

El valor de la familia

El sábado fue un día muy especial. No fui a esquiar a los Andes, ni me hice un completo viaje alrededor de Europa. Tampoco disfruté de una suculenta comilona ni gocé de cómo el Sol cubría mi cuerpo con sus intensos rayos a la orilla de alguna paradisíaca playa. Ni siquiera fue una noche especial rodeada de colegas, imponentes féminas y pegadiza música, todo ello regado con el elixir del descaro y la desvergüenza. Fue, sencillamente, un día en familia.

La familia es, desgraciadamente, en la actualidad un término en decadencia. Se acabaron los viajes de siete miembros de la misma sangre por la zona de Benidorm. Cada vez más, los padres buscan románticas escapadas que les ayuden a evadirse de sus hijos y éstos travesías por festivales musicales en los que puedan sentirse libres, a kilómetros de sus progenitores.

La incomunicación y el individualismo está rompiendo los lazos familiares. El "déjame en paz" o "te odio" gobiernan tiránicamente sobre el "te quiero" o "lo siento", como si fuera más difícil decir lo segundo que lo primero. La familia es un término bien amplio que engloba palabras como el respeto, la experiencia, el aprendizaje, la evolución, comprensión, solidaridad y tolerancia.

El plan que hice con mi familia fue muy simple: una visita a una supuesta piscina natural en Cercedilla a gozar de un día de campo entre árboles, bocatas de chorizo, toallas, libros, cerveza, agua y Sol. A pesar de que el destino no fue como esperábamos (de aguas naturales nada, era una piscina como las municipales en medio del bosque, todo un atentado contra la Madre Natura, con un precio para entrar abusivo y todo el recinto lleno de gente o "gentita", como diría mi madre) el resultado, que era pasar un buen rato entre esa gente que convive con nosotros pero que en ocasiones apenas vemos, se cumplió con creces. Reímos, meditamos, escuchamos música, leímos, hablamos, reflexionamos... todo entre los cuatro componentes que formamos mi familia directa.

Y, como guinda, una buena sesión de El Padrino al llegar a casa. Las casi tres horas que dura la obra maestra de Coppola fueron consumidas sin apenas pestañear. Absorbimos nuevamente los valores que el film ganador de tres Oscar (Mejor película, actor -adivinen quién- y guión adaptado) trasmite: respeto, sinceridad, serenidad, necesidad de una jerarquía y sobre todo, la importancia de la familia.


Sufrimos cuando atentan contra Don Vito, sonreímos con ternura cuando éste juega con su nieto, nos quedamos sin aliento en el tiroteo contra Sonny y gozamos de la evolución que sufre el personaje de Michael a lo largo del metraje. Y todo en versión original subtitulada, algo que, aunque en un principio les costó aceptar a mis "viejos", terminaron por reconocer la importancia de mantener las voces originales.

Gran película y gran momento familiar. Después tratamos de ver la segunda parte, pero nuestros párpados pesaron más que las ganas que teníamos de continuar con las aventuras de la mafia siciliana. Aún así llegamos a la hora y media y acabamos acostándonos a las cuatro de la mañana. Todo un día redondo que debo agradecer a quienes me dieron la vida y a quien me la endulzó. Os quiero y os necesito, you know.

Y es que, ya lo dice el imponente Don Vito Corleone: "El hombre que no pasa tiempo con su familia no puede ser un hombre".

1 comentario:

Alejandra Abad dijo...

Y cuánta razón tienes..., mis domingos en familia, combinado de comida en casa de mi abuela-cine con mis padres- y bocata de jamón para cenar en casa no los cambio yo por nada del mundo (bueno, confieso, algún domingo los cambio por Rastro y Retiro, pero pocos...). Besos!