
Jean Dominique Bauby fue redactor jefe de la revista Elle hasta que en diciembre de 1995 su médula espinal decidió desprenderse de su cerebro, dejándole en un estado vegetativo en el que sólo podía comunicarse con el ojo izquierdo. Su cabeza funcionaba con toda normalidad, pero su cuerpo no respondía a ningún estímulo. A pesar de su terrible enfermedad, Bauby logró reunir el esfuerzo necesario para redactar su obra más personal: La escafandra y la mariposa. ¿Sus armas? Como bien expresa en el film, las dos únicas cosas de sí mismo que no quedaron paralizadas, que fueron la memoria y la imaginación.

Las notas musicales empleadas para evocar sus recuerdos y fantasías, así como una fotografía colorista y deprimente a partes iguales, hacen de esta película un impresionante viaje al interior del alma humana, donde florecen nuestro pasado más oscuro y nuestro deseo de una redención tardía. Las comparaciones con Mar adentro son inevitables, pero el tratamiento de este filme es claramente diferente y con un mayor abanico de registros (olvídense de la repetitiva cascada y los paisajes gallegos del trabajo de Alejandro Amenábar).
No piensen que se van a pasar los 112 minutos que dura el metraje llorando a moco tendido o con un desagradable nudo en el estómago, sino que la adaptación escrita por Ronald Harwood (guionista de El pianista) consigue arrancarnos sonrisas, curiosidad, inquietud y otras muchas sensaciones cada vez más difíciles de obtener en una sala de cine. El resultado es como el vaivén de las olas o el aleteo de la mariposa del título, un recorrido por los sentimientos más profundos y los valores esenciales de la existencia humana. En definitiva, una obra de obligado visionado.
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