26 noviembre 2007

Análisis ético 2: "La Cortina de Humo"

El irregular Barry Levinson, firmante de obras mayores como “Rain Man” o “Good Morning, Vietnam”, y de fiascos como “Envidia” o “Esfera”, dirige con pulso firme una obra que se adentra en la manipulación informativa llevada hasta el extremo.

Realmente, tampoco son demasiados los temas tratados en “La cortina de humo”, así como la evolución de algún personaje. Nadie en el largometraje se cuestiona en ningún momento si sus actos son éticamente correctos. Simplemente los hacen, y disfrutan con el proceso.

La historia, basada en la novela “American Hero”, de Larry Beinhart, nos introduce desde el principio en una trama sobre cómo tapar el affaire que ha tenido el presidente de los EEUU (de quien en ningún momento se nos mostrará su rostro) con una niña poco antes de las elecciones. Para ello contratan a Conrad Brean (un fascinante Robert De Niro en uno de sus últimos grandes papeles), apodado acertadamente “Mr. Fixed”, algo así como “el hombre que arregla cosas”. El hecho de que vista desaliñado, lleve una barba descuidada y camine con unos desganados andares nos demuestra que, mientras tengas poder, la imagen pública no importa para nada.

Éste decide que el mejor modo para ensombrecer la noticia del abuso sexual (curiosamente coincidió el estreno del filme, en diciembre de 1997, con el sonado “Caso Lewinsky”) es creando una guerra ficticia. Para poner en funcionamiento su “obra”, Brean y Winifred Ames (una correcta Anne Heche en un personaje que no comprendo del todo qué función tiene, ya que no influye en la trama ni ofrece una opinión contraria al resto) contratan los servicios de uno de los productores más importantes, Stanley Motts (Dustin Hoffman, como siempre deslumbrante).

Ya a su llegada a la mansión de éste, Ames dice “¿Así vive un productor? La Casa Blanca es pequeña en comparación”, lo cual equipara de algún modo el poder de la presidencia de EEUU con el de la maquinaria industrial de Hollywood. El personaje que mejor tratado está es, sin duda, el de Motts. Desde su primera aparición el espectador conoce perfectamente su personalidad con tan sólo una secuencia en la que habla sobre un libro que le dedicaron, del cual ni siquiera leyó el título, ya que sólo le interesaban las palabras dedicadas a su persona. El productor es frío, inteligente, sin escrúpulos, y con muchas ganas de ser reconocido (hasta el punto de acabar siendo asesinado por no querer callarse para así conseguir prestigio).

A partir de la presentación de personajes, el resto del metraje nos muestra cómo se desarrolla esa gran cortina de humo: La búsqueda de un país (Albania) que la sociedad norteamericana desconozca, un motivo (las bombas) para empezar la cruzada, un necesario vídeo que muestre el drama de la guerra, una canción que levante el patriotismo, así como un mártir que reblandezca los corazones (Zapato Viejo).

Cabe destacar una de las primeras conversaciones entre Motts y Brean:
- Brean: “54, 40 o a luchar”. ¿Qué quiere decir eso?
- Motts: Es un slogan
- Brean: “Recuerda el Maine”, “Tippecanoe y Tayler también”. Son slogans de guerra. Recordamos los slogans, no las putas guerras. ¿Quiere saber por qué? Eso es show-business, y por eso estamos aquí. Una niña desnuda, cubierta de napalm. “V” para la victoria. Cinco marines alzando la bandera en el monte Surabachi. Recuerdas la fotografía durante 50 años pero olvidas la guerra. La Guerra del Golfo, una bomba inteligente cayendo por una chimenea. 2.500 misiones al día, 100 días. Un vídeo de una bomba. El pueblo americano compró aquella guerra. La guerra es espectáculo, por eso estamos aquí.

En este diálogo se resumen el porqué de lo que van a hacer y cómo la sociedad ve un enfrentamiento bélico tan sólo mediante símbolos y sentimentalismo barato. Eso es la guerra para la población. Es una afirmación durísima, pero hasta cierto punto real.

Un aspecto que me pareció interesantísimo es cuando hacen un “brainstorming” varios productores y se preguntan a quien votaron en las últimas elecciones. Resulta que nadie, por diferentes absurdas razones, ha expresado nunca su máximo derecho democrático. A pesar de no tener ninguna motivación, son capaces de manipular por simple diversión, como si estuvieran realizando una película, con sus actos y toda la parafernalia cinematográfica.

Otro asunto a destacar es el marketing que organizan alrededor del “secuestrado” Zapato Viejo. Consiguen mediante el sensacionalismo más convincente y demoledor que la nación cuelgue zapatos por las calles, que se compren camisetas, lleven un lacito solidario (aunque éste luego no se muestre)... Me ha recordado a la famosa imagen que Alberto Korda tomó del Che, la cual ha pasado de ser un símbolo de la revolución comunista a uno de los objetos de marketing más vendidos de la Historia. Es paradójico que tras pasar toda una vida el guerrillero argentino-cubano luchando contra el Capitalismo, finalmente se haya convertido en uno de sus principales productos comerciales.

Según avanza la trama, la historia comienza a perder la inmensa fuerza que poseía al principio, así como la credibilidad. Resulta inexplicable cómo, tras haber manipulado a toda Norteamérica con las más sofisticadas técnicas, tan sólo hayan podido conseguir como “héroe de guerra” a un convicto que ha violado a una monja y encima es un psicópata. Tampoco es lógico el accidente de avión, del cual salen todos ilesos (menos el piloto y el copiloto, que desaparecen como por arte de magia).

Uno de los principales defectos que se pueden achacar a la película son los cabos sueltos que va dejando: ¿La niña “albana” (Kirsten Dunst) qué hace después de la grabación? ¿Se muda a un remoto país para que no sea reconocida? Durante todo el desarrollo hay muchísima gente implicada... ¿confían en que nadie va a abrir la boca en ningún momento? ¿Los militares están enterados del asunto? Porque, al verse en la televisión, se preguntarán qué batallón ha sido el destinado y quién ha dado la orden. ¿Y no les extrañará que nadie conozca al popular soldado heroico?

A pesar de la falta de explicaciones, el conjunto de la obra es digno de ver para que el espectador se dé cuenta de hasta qué punto puede ser engañado por culpa de la excesiva confianza que depositamos en el medio televisivo y en un Gobierno que siempre va a buscar, por encima de todo, su propio interés.

También se da a conocer la falta de escrúpulos y remordimientos que puede llegar a tener la gente, sin apenas motivaciones ni recompensas por el sucio trabajo realizado (especialmente en el caso del productor, que reconoce que es “lo más divertido que he hecho desde que trabajaba en la televisión”).
Por último, el final me parece magistral: los dos últimos planos, con la televisión primero diciendo que un grupo terrorista albanés ha puesto una bomba y que el Ejército va a mandar más tropas para terminar el trabajo, y después un plano de la sala donde realizaban las conspiraciones vacía, lo cual nos hace suponer que finalmente la guerra se convirtió en algo real.

Y es que, qué daño se puede llegar a provocar debido a unos intereses personales. Qué difícil es actuar ante un Estado que te lo da todo hecho, mientras por la espalda se dedica a buscar su propio beneficio. Y qué sencillo resulta engañar a una sociedad dormida en el individualismo y acostumbrada a trágicas imágenes que sorprenden cada vez menos por la periodicidad diaria de éstas. El hecho de ver sangre en las tres ediciones del el Telediario nos está haciendo irremediablemente (aunque eso es discutible) inmunes al sufrimiento ajeno, hasta que algún día nos toque a nosotros (ver cita a la derecha de Bertold Bretch).

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