26 enero 2009

Crítica y tráiler de Revolutionary Road

La adolescencia y los primeros años de la juventud es una etapa repleta de sueños, esperanzas e idealismos. Nos creemos especiales y pensamos que nuestro papel será fundamental para la Humanidad, que encontraremos la cura para una enfermedad mortal, la clave para erradicar el hambre o que seremos ricos y famosos.

Conforme pasan los años, la ilusión se va desvaneciendo a golpes de realidad: un monótono y poco gratificante trabajo, una hipoteca que nos aprisiona en nuestro propio hogar y unos hijos que, aún dándonos alegrías, coartan gran parte de nuestra libertad.

Con su cuarta película, el inglés Sam Mendes, marido de la protagonista Kate Winslet, ha vuelto a sus raíces cinematográficas (su ópera prima American Beauty, que consiguió cinco Oscars, entre ellos el de Mejor Película y Mejor Director) para trasladarlas a los años 50 y quitarles todo el cinismo y humor negro que emanaban del film protagonizado por Kevin Spacey.

Frank y April Wheeler (Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, respectivamente) son un joven matrimonio asentado en un barrio residencial de Connecticut, concretamente en la calle Revolution (queda nombre al título del largometraje). Tienen dos hijos (que erróneamente apenas salen en el metraje, algo que resulta bastante artificial) y un chalet adosado con jardín. Además quedan periódicamente con unos vecinos (David Harbour y Kathryn Hahn) para salir a bailar y la señora que les vendió la casa (Kathy Bates) se hace amiga y les va a visitar con un su marido y su hijo esquizofrénico. Pero se sienten vacíos. Ven cómo sus sueños y aspiraciones se esfuman en la monotonía del día a día. Y ella, ama de casa y actriz ocasional, se lleva la peor parte.

En April recae el protagonismo de la obra, ya que lleva el peso del drama y de la angustia existencial. Ella se ve ahogada ante la situación, impotente ante una vida que nunca quiso y que la tiene apresada. Pero su cárcel es interior y lo sabe. Es una prisión con las puertas abiertas con vistas a París, el lugar donde April piensa que si se mudan todo cambiará, a pesar de que su infierno está bajo los poros de su piel. Frank parece estar de acuerdo, pero antes tendrán que resolver varios peliagudos asuntos...


Resulta fascinante cómo raciona Mendes las dosis de drama a lo largo de la película, de forma que durante dos horas, y a pesar de la sencillez de la historia (basada en una novela de Richard Yates), el interés del espectador se mantiene intacto. La dirección artística resulta impecable, introduciéndonos mágicamente en unos años 50 en que los hombres vestían igual y tenían el mismo horario laboral (genial la escena en que se ve a Frank con cientos de hombres, todos vestidos igual y entrando a la misma hora a trabajar), mientras las mujeres aguardaban en casa cuidando de los hijos y la casa. La banda sonora de Thomas Newman también ayuda a la ambientación, así como la disposición de la cámara de un Mendes en plena forma.


Otro aspecto a destacar son todos los personajes que deambulan por la calle Revolution: desde la envidiosa pareja vecina hasta Kathy Bates, pasando por Michael Shannon (quien encarna al hijo con problemas mentales, que resulta ser el más cuerdo y sincero de todos en una secuencia apoteósica, donde pone los puntos sobre las ies), nominado justamente al Oscar. Pero, sin duda, las actuaciones de los dos enamorados de Titanic se llevan la palma. La química entre ellos, las distintas reacciones y evolución que tienen a lo largo del metraje y el abanico de emociones que consiguen transmitir (DiCaprio mediante gritos, gestos y sudores, Winslet con tan sólo una mirada) hacen de suinterpretación una de las más verosímiles de sus carreras (en el caso de DiCaprio, ya que Winslet siempre ha sabido resultar creíble y entrañable en cada una de las producciones en que ha participado, convirtiéndose así en, si no la mejor, una de las mejores actrices de su generación).


Quizá la narración peque de fría y distante en algunos momentos, pero el clímax final invita a la reflexión y al debate, algo necesario en una historia como la planteada, que demuestra que "la vida la marcan las oportunidades, incluso las que dejamos pasar", como dice el personaje de Brad Pitt en El curioso caso de Benjamin Button (otra película completamente recomendable de la que les hablaré otro día -o no-.

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