
Newman siempre fue el buscavidas que dio el golpe desde 1954 en Cáliz de plata. Desde entonces, marcado por el odio a la mediocridad, gozó de un éxodo hacia las grandes obras fílmicas, como La gata sobre el tejado de zinc. Supo juntarse sabiamente con Redford para convertirse ambos en dos hombres y un destino: dejar una huella imborrable en la Historia del Cine. Por eso, la leyenda del indomable nunca se dio el castañazo, se mantuvo constante en su buenhacer, a pesar de no ser reconocido por la Academia hasta 1986.
Veredicto final: Paul ha desaparecido, pero siempre quedará el símbolo de ese hombre tranquilo que supo hacer lo que le dio la gana con honradez, convirtiéndose así en un símbolo americano de la interpretación y de los valores humanos a seguir.
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